Por Migue Magnasco
Solo alguien como Ramón Díaz puede
sintetizar tan perfectamente lo que sucede en los mitines futboleros con
historia. La mística de la previa es algo clave, imprescindible, es lo que
logra que hasta un tercero sin arraigos a lo que está por ponerse en juego, se
sienta intrigado a acercarse; el ingrediente decisivo que permite que lo trascurrido
en una hora de juego perdure por meses, años, o para siempre. Así sucede. Es un
aspecto más político que deportivo, por eso nos gusta tanto, claro.
A este choque tan esperado de ayer, no le faltó nada de eso. Desde la última
vez que se cruzaron con los pre-adolescentes en cuerpos de pibes de 18 y 19
años, la generación dorada de Arcilla sufrió de constantes embates de la prensa
burguesa y de los obsecuentes amantes del mal fútbol, aludiendo a aquella
triste actuación en la que los puber se llevaron una cómoda victoria, y dónde
hasta Nicolás “el apertura” Urquiza (el sobrenombre, según cuentan las fuentes,
habría sido puesto en función de que cada 10 pelotas que patea, 9 se van a 15
metros del travesaño. Como si fuesen tiros a la T de rugby. Los expertos
afirman que le iría mejor practicando esa actividad, jugando en la posición de
apertura, que es quien ejecuta ese tipo de acciones. Sus compañeros “of the
record” cuentan que en varias ocasiones le han intentado explicar que el
objetivo es que la pelota vaya a la red; pero no hay caso), por error logró
conectar un bochazo que se metió al lado del palo derecho del “salado” Boujon.
La virulencia de la noche anterior a ese partido, le jugó una mala pasada a los
arcillosos, y el equipo se vió desdibujado en todas sus variantes. Desde el
planteo táctico, en el cual de incluyó a un medio campo de buen pie y que hace
jugar como Miguel “el pintor” Rodriguez, de lateral por derecha, cuando es bien
sabido por todo el cuerpo técnico que nunca se sintió cómodo jugando en ese
puesto; hasta la nula circulación de pelota que terminó en un atrincheramiento
contra el arco del que muestra poco historial este equipo.
Aquella tarde noche de invierno, empardó, en un partido ganado por bando, la
trama de este duelo. La mesa estaba servida para el desenlace.
Y el desenlace fue ayer, pero empezó por supuesto, y como debe ser, varios días
antes con los vaivenes y cargadas de un lado y otro. Comentarios de la sutileza
de “me los voy a coger con la pija muerta” o “buscate un escudo de acero para
el orto” hicieron de las maravillas de la prosa anticipatoria a un espectáculo
que desde el vamos pintaba lindo. Así las cosas, los implicados en la causa
fueron llegando de a uno al escenario de tantas alegrías y tristezas. Los
botines, las camisetas mezcladas, la tierra, los chistes para despejar el
nerviosismo, y el calorcito de un verano que nos regalo una noche fabulosa para
lo que allí acometería en pocos minutos.
“La Arcilla fundamental de nuestra obra es la juventud” decía Ernesto Guevara
allá por los años 60´s, y el equipo que lleva ese nombre en homenaje al mártir
revolucionario, formó con un 3 – 1 – 2 -1, con la zaga defensiva compuesta por
el “negro” Barzola como central, “pechito” Apud por la izquierda, y el “Grueso”
Secco por la otra izquierda. Al medio, ahora si en su puesto natural, “ el
pintor” Rodriguez. Más adelantados por los carriles, Tato “Mukecleta” Mukeño, y
Tito Villanueva. El esquema lo completaba, infaltable, el “ángel del gol”,
Ramiro Albarracín. La variante más comentada en la previa: “pototo” Bustos
tenía una parada difícil como debutante en el arco, ahí mismo, en el partido
que todo lo definía, reemplazando al “salado” Boujon. Todas las dudas se
despejaron con el primer “prúebenme” que arrojó el arquerito con una soberbia y
decisión que dejaban en claro que venía a ganarse el puesto.
El otro equipo formaba…bueno, no importa (que se contraten a un periodista
propio si quieren detalles sobre sus participantes).
La tensión fría, los equipos terminando de acomodarse, el ritual de silencio,
las miradas cómplices, el susurro de “vamos eh”, y las palmaditas, estaba todo
listo. El partido arrancó. Trabado, con mucha insinuación y poco de concreto,
como era obvio. Pese a eso, los de Arcilla generaron varias ocasiones de gol,
apenas marradas por los delanteros, que dieron lugar a la gilada para empezar a
hablar de pólvoras mojadas y no se que otras yerbas que, como las premoniciones
de algunos políticos y economistas de cartón que circulan a diario por la
pantalla del monopolio, no tuvieron luego ningún correlato con la realidad
efectiva.
El equipo empezó a mejorar y en un centro perfecto de pechito, Mukeño apareció
por detrás y de cabeza rapada puso el 1 a 0. La reacción no se hizo esperar, y
el sabor a victoria duró apenas unos minutos, porque en una contra los jóvenes
con abdominales marcados pusieron el empate. Luego, un remate de Albarracín,
rebote del arquero, Mukeño la toma, apunta, y 2 a 1. Tensa y corta calma. Mal
saque, la toma el medio de ellos, y clavá un tremendo zapatazo de 30 metros que
se mete al lado de palo izquierdo de pototo, que esta vez, nada tenía para
hacer; 2 a 2. Ahí empezó otro partido.
La selección se paró tal como lo había planificado el cuerpo técnico la noche
anterior durante la cerveza número 50 de la noche. La pelota empezó a circular,
“pechito” metió la segunda, la tercera y la cuarta, como en aquellos años mozos
en que recién llegado a Córdoba, debutaba en la formación liderada por el poco
ortodoxo pero muy metedor Julio Cesar Chit, en una victoria histórica contra la
mentira mediática del “Revuelto”. La zaga defensiva se convirtió en un muro y
cortó todas las bochas, una verdadera máquina. El resto lo hicieron el tiki
tiki entre Rodriguez y los delanteros, que pintaron un Guernica en las
expresiones rivales. Fue todo, todo, todo de los arcillosos.
El primer golpe a la moral contraria,
sucedió cuando tras varios rebotes, el tito Villanueva mete un buscapíe al
área, y ahí el mundo se detuvo. San Pedro decidió abrir por un momento las
puertas del cielo, y dejó bajar a uno de sus enviados para dar un mensaje de
amor al futbol, un ápice de sensibilidad en medio de lo brutal, una sinfonía de
la orquesta de Di Chiano en medio de un boliche de música electrónica. De allí
venía el “Angel del Gol” Albarracín, para cubrir de luz blanca la noche del 30
de enero y meter un taco con tanta magia, que ni siquiera pudimos gritar el gol
por miedo a romper tanta armonía. 3 a 2.
No vale la pena redundar en detalles de un match que luego de eso, no tuvo
fisuras. ¿Para qué hablar de los 3 toques entre Mukeño y Rodriguez por el
sector izquierdo, el enganche para el medio de este último, el pase gol a
Albarracín y el 4to? ¿O de las corridas interminables de pechito y Villanueva
que dieron el 6to y 7mo? ¿Acaso hace falta decir que pototo Bustos fue
indiscutible, y que el Boujon deberá hacer muchos méritos para superar una
actuación desopilante en un debut terriblemente jodido? No, no hace falta.
Algún mal intencionado se tentará de decir que huele a gastada y que eso no lo
hace un buen ganador. No vamos a darles con el gusto a todos los perdedores que
esperan eso.
Pero sí, les pido por favor, permítanme relatarles cuando el General Perón
volvió a la Argentina, a córdoba. ¿Qué tendrá que ver Perón con todo esto? Se
preguntarán ustedes. Y déjenme ensayar dos respuestas. En primer lugar, en este
país, Perón tiene que ver con todo, directa o indirectamente, en serio. Y en
segundo, Perón no volvió ni en 1973 a Ezeiza, ni en 1974 al Aeropuerto de
Morón, tras la masacre de los fascistas de la derecha peronista de Lopez Rega
para con el pueblo que venía a recibir al General. Perón volvió anoche. Sí,
anoche.
Cuando se llevaban jugados tres cuartos de hora, el arquero rival cedió un
corner del que jamás imaginó que iban a derivar los sucesos más inexplicables
de la historia argentina. Pechito Apud, acomodo una, dos y tres veces la
pelota. Algo extraño sucedía en la cancha, un vapor verdoso cubría el área,
mientras los amagues y agarrones eran hegemonía a la espera de la bola
encombada de pechito. El lateral levanta la cabeza, en slow motion, y mira.
Algo intuimos en esa mirada, que se exaltó repentinamente, sin parpadear, con
un posterior falso disimulo que quería entorpecer cualquier posible
desciframiento contrario de que allí algo denso estaba por venir. “¿Qué vió
pechito?” nos preguntábamos, mientras la maraña de tironeos y codazos se hacía
más intensa. Si esa pelota terminaba en gol era el 5 a 2 y el partido quedaba
cerrado. La toma de carrera y la pelota sale, pasadita, al segundo palo. De la
nada todo se oscureció, y hasta oímos un trueno, a pesar de que era una noche
incorruptiblemente estrellada.
El sonido del motor de un avión comenzó a hacerse más fuerte mientras la pelota
volaba por encima de las cabezas que fueron a peinar al primer palo. Tal vez
sería algún volador particular que andaba desorientado de la ubicación del
aeropuerto, pensamos. Pero no. Cuando la pelota pasó a Albarracín, parecía que
el centro de pechito había sido demasiado elevado. Pero no. El suelo tembló, el
avión estaba entre nosotros, las turbinas, el ruido insoportable, sorteando las
turbulencias y los años de exilio, era el Avión Negro de Perón, que volvía para
hacer realidad la fábula popular de aquel fracasado intento de regreso de 1964,
cuando al Macho lo interceptaron en Brasil y tuvo que regresar a España dejando
a la patria con una angustia inconmensurable. Ahí lo vimos, en salto memorable,
al negro Barzola, que ya no era él, sino la encarnación de un gigantesco júbilo
pendiente del pueblo argentino, dándole un frentazo a una bocha inalcanzable y
clavándola en el ángulo superior izquierdo con una potencia que casi quema las
redes. Golazo. Carlos Barzola, ya no será más el “negro” como tan limitadamente
lo llamábamos. Carlos Barzola es el “Avión Negro” y es un prócer de la patria.
Partido liquidado. Victoria imprescriptible. Perón de regreso entre nosotros…el
resto es historia complementaria.