viernes, 7 de junio de 2013

ENCUENTRO Y DESPEDIDA

Por Migue Magnasco

Un joven -de unos veintipico-, con auriculares y de pie, lee atentamente un panel colgado en la pared de uno de los pasillos de la Facultad de Artes. Ingresa de a poco en el relato de Carolina Llorens sobre la recuperación de los restos de sus papás. Sólo se detiene para quitarse los auriculares: esas palabras merecen una atención cuidada. Además, desde que empezó a leerlas, ya no puede escuchar otra música que la que dicta el pulso de Carolina.

Él no la conoce, tampoco a Sebastián, ni a Diana, pero afirma mientras su mirada recorre el texto. Piensa en la valentía necesaria para asumir el destino que allí se narra, y permitir que a través de la historia propia, otros -como él-, entiendan que el presente tiene mucho de pasado.

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El 9 de Diciembre de 1975, Sebastián Llorens y Diana Triay fueron secuestrados por fuerzas paramilitares.

Permanecieron desaparecidos hasta el 8 de marzo de este año, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense oficialmente anunció a sus familiares la aparición de sus restos. Ambos eran artistas y militaban en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Fueron asesinados tres días después del secuestro, en la localidad bonaerense de Esteban Echeverría.

El reencuentro con los suyos y una despedida postergada por más de 37 años, fueron el motivo de reunión. Centenares de personas se acercaron a la ceremonia de restitución de sus restos en Plaza de la Memoria de la Facultad de Filosofía y Humanidades, y luego a la muestra "Encuentro con Diana y Sebastián: vidas plasmadas en sus expresiones artísticas", desplegada en el Centro de Producción e Investigación en Artes (CePIA) de la Facultad de Artes.

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Ahí mismo se encontraba el joven de veintipico, que ahora retira la vista del recuadro. Está notoriamente conmovido. No le interesa ocultarlo. Recuerda uno de los poemas que leyó en alguna parte de la muestra:

"Esperanza de vivir
De construir un mundo
De vitorear la revolución
De caminar,
Simplemente uno,
En todos los demás"

Lo anota en una libretita para no olvidárselo. Se siente él, simplemente uno, en todos los demás que caminan por esos pasillos poblados de postales de una historia que flota con la placidez de lo, por fin, resuelto.

Le parece que cualquier esfuerzo por dimensionar los tiempos que corren, queda corto. Le parece, aún así, que bien vale ese esfuerzo.

Detrás suyo, seis pibitos, corren alborotados. Los tres mayores, de repente, entran a un ascensor que cierra sus puertas de metal automáticamente. Los  más enanos quedan afuera, desairados. Cuando menos lo esperan, las puertas se abren y los grandotes les pegan un susto que provoca los gritos finitos y las risas alocadas de los seis.

El joven de veintipico los observa y ríe con ellos. Agradece el encuentro y se despide.

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